LAS MUJERES QUE LEEN SON PELIGROSAS
El otro día vi en Facebook esta fotografía de Malala Yousafzai, la estudiante y activista pakistaní que con tan sólo 17 años se alzó en 2014 con el Premio Nobel de la Paz. Al leer la leyenda que acompaña a la imagen, "Los extremistas han mostrado que lo que más miedo les da es una chica con un libro", rápidamente me vino a la cabeza la obra Las mujeres que leen son peligrosas, donde Stefan Bollman presenta la trayectoria de la mujer en la Historia de la lectura a través del arte y reflexiona acerca de la concepción negativa que siglo tras siglo se ha tenido de la relación entre las mujeres y los libros, concebida como preocupante, amenazadora, peligrosa en definitiva.
Si repasamos lo aprendido en la asignatura Historia de la lectura vemos que, en un principio, en el origen de las llamadas primeras civilizaciones del libro en el Mundo Occidental, las mujeres no éramos consideradas lectoras peligrosas. Safo en la Grecia Clásica o las lectoras de Ovidio en la Roma Imperial bien lo demuestran: las mujeres tenían permitido el acceso a la lectura y, en ocasiones, también a la escritura, por más que su presencia en el ámbito de la cultura escrita fuera excepcional dado el extendido analfabetismo de la época.
A pesar de que la Edad Media y el triunfo del cristianismo apartaron a la mujer de los libros, el triunfo de la lectura silenciosa permitió que algunas mujeres, en general aquellas que procedían de ambientes cultos y de clases pudientes, escaparan del control y practicaran la lectura, por más que ésta fuera una actividad desaconsejada para su sexo, incluso cuando lo que se leía entraba dentro del canon permitido. El celo por parte de la Iglesia hacia todos los lectores silenciosos, sospechosos de herejía, fue aún mayor cuando los lectores fueron lectoras, pues en la época el género femenino era entendido como inferior, débil, sin juicio ni entendimiento, corrupto, propenso al pecado... Las mujeres que tenían, leían o escuchaban leer libros fueron por ello perseguidas y castigadas por padres, confesores, maridos, inquisidores, etc.
Un hito de gran importancia en la Historia de las mujeres lectoras fue la aparición de las novelas románticas. No porque se dejase entonces de entender la relación con los libros como enfermiza y nefasta para la salud física y mental de las mujeres, sino porque el género masculino se hizo con sus lectoras, se apropió de sus libros. La mujer que leía, había de hacerlo bajo la supervisión de un varón, y las novelas eran elegidas por éste: novelas en las que la protagonista era capaz de todo por amor, tanto que podía acabar perdiendo su reputación y hasta la vida. Esas mujeres pasionales, locas, pecadoras, desdichadas que leían libros en las novelas del Romanticismo eran justo el ejemplo que las mujeres burguesas del momento no debían seguir, dado que el ideal que éstas representaban era justo todo lo contrario de lo que de la mujer se esperaba en la sociedad del momento: mujeres dóciles, sumisas, dedicadas al hogar y a la familia, piadosas y, por todo ello, poco o más bien nada peligrosas, creadas así como contraposición a las mujeres noveladas, que no son en el fondo tan distintas a la imagen con la que se nos presentan hoy algunas heroínas, como Isabella Marie Swan, la protagonista de la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer, dispuesta a arriesgar su vida con tal de que aparezca su amado...
Ya en el Realismo vemos la influencia de estas noveas románticas en obras clave del período, como la Madame Bovary de Flaubert, donde Emma, embebida en la lectura de tanta literatura sentimental e inútil, se ve sumida en la desesperación por esperar al ideal de hombre inexistente en el mundo real que estas novelas presentaban y que tan alejado estaba de su marido Charles. Por el contrario, el Realismo nos trae también a la memoria novelas donde tiene lugar un cambio en el rol de la mujer en el que la lectura tiene, sin duda, mucho que ver. Galdós, por ejemplo, en Tristana nos presenta a una mujer autónoma, que no quiere ser esposa ni amante, y que, aunque finalmente fracasa en su intento, la actitud que presenta ante la vida supone un avance significativo al romper con lo convencionalmente establecido; un avance que seguramente muchas de las lectoras galdosianas, sedientas de libertad e independencia, compartieron con Tristana.
A partir de aquí cobra todo su sentido esta afirmación de la escritora Irene X refiriéndose a las mujeres de hoy: "No es que este mundo les sepa a poco, es que han leído demasiado lejos". Mientras que ELLOS perdieron, parece ser, el gusto y el hábito de leer una vez inventados la radio, el cine, la televisión e Internet, ELLAS, o sea, nosotras, lo aumentamos. Porque para las mujeres leer ha sido siempre algo más que leer: en los libros hemos encontrado aquello que no se nos permitía ser, hemos hecho aquello que no se nos dejaba hacer, hemos superado los límites que otros nos han impuesto, nos hemos liberado, realizado. Cuando no podíamos distraernos ni divertirnos ni opinar ni gobernar, los libros nos han dado la posibilidad de crear, imaginar, viajar, ver el mundo de otro modo, cobrar conciencia de nosotras mismas, escapar al sometimiento, buscar nuestra autonomía, reivindicar nuestros derechos, encontrar nuestra identidad. Una mujer que lee es una mujer que sueña, una mujer que piensa; y si esto nos hace peligrosas, yo me declaro en busca y captura.
Helena Gonzalo Badia.
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